Junto a un grupo de doce mototuristas hemos recorrido la Ruta Juan Altamiras motivados por el espíritu de aventura que late en la Suzuki V-Strom 800 TECH. Este singular viaje al pasado, disfrutado durante toda la jornada del sábado 13 de abril, nos ha permitido recorrer antiguas guardianías de la orden de los franciscanos, levantar el polvo de antiguos caminos de herradura, zigzagear por las viejas sendas que siglos atrás eran habitadas por berlinas y carruajes. Sin duda, una vivencia inolvidable y única, que ha seguido los pasos marcados por la biografía de Juan Altamiras, escritor ilustrado y fraile franciscano del siglo XVIII, considerado como uno de los cocineros españoles más relevantes de la literatura gastronómica.

Antes de partir rumbo a esta ruta que podríamos calificar de “conventual y culinaria”,  el grupo de moteros (procedentes de Guadalajara, Vizcaya, Madrid, Alicante y Lugo) ultimó detalles en Almenara Copau, hotelito con encanto ubicado en un edificio centenario, catalogado de interés arquitectónico y situado a las afueras de Zaragoza, donde nos citó Ruralka para intercambiar las primeras impresiones. Bien temprano y café en mano, la organización del Proyecto Juan Altamiras www.frayaltamiras.com recordó que nos encontrábamos ante la ruta de un personaje irresistible, que pasó a la historia por su obra Nuevo arte de cocina sacado de la experiencia de la escuela económica (Madrid, 1745). Un asombroso libro que contiene 200 recetas y está salpimentado por numerosos comentarios y recomendaciones que no dejan indiferente al lector. Este recetario dio la vuelta al mundo y, mientras vivía su autor, fue editado en más de cinco ocasiones.

La fiabilidad de la V-Strom se puso pronto de manifiesto y se mantuvo a la altura de los más exigentes durante las siguientes cuatro horas y media del trayecto circular. La experiencia estuvo aderezada por los comentarios culturales de Raquel, nuestra guía ocasional, y capitaneado por el roadleader, Teo Romera, junto al experto motero de la Ruta Juan Altamiras, Alejandro Barcelona.

El sol empezó a morder a nuestra llegada al convento de San Lorenzo (actual Museo del Juego Tradicional). Enclavado en La Almunia de Doña Godina, lugar de nacimiento de nuestro personaje, es el convento en el que aprendió a valorar la fértil huerta almuniense y donde comenzó su dedicación autodidacta a la cocina.

A pocos kilómetros en dirección a Alpartir hicimos una larga parada en la recién remodelada almazara de la zona, Aceites Lis, en la que su propietario ejerció de anfitrión y nos explicó la relevancia del aceite de oliva en el paisaje de la ruta, entorno propicio para el oleoturismo del que se nutre con acierto el recetario de Altamiras. Tras degustar la variedad de AOVE que comercializa esta prestigiosa firma, nos sentamos a la mesa para saborear un copioso almuerzo y poner de manifiesto el ambientazo que habíamos creado entre todos.

Una hora después, antes de llegar a la bellísima Sierra de Algairén, nos encontramos en la antesala de Alpartir donde detuvimos los motores para realizar un breve ascenso a pie hasta el altozano en el que se encuentra el convento de San Cristobal. Desde allí arriba se aprecia un paisaje inmenso que abarca la totalidad de la ruta que estábamos recorriendo.

Ante la curiosa mirada de vecinos que se asomaban a las ventanas o se refrescaban a la sombra de terrazas y soportales, recorrimos las calles de Alfamén para conocer el trabajo de intervención artística del proyecto Asalto, que ha convertido a esta pequeña localidad en un inmenso lienzo al aire libre donde se exponen murales de grandes dimensiones. Poco después de salir de Alfamén, camino hacia Cariñena, pudimos divisar el cabezo Altamiras o Altomira, del que Juan Altamiras pudo tomar su seudónimo (no olvidemos que su nombre real fue Raimundo Gómez).

Ya lejos del trazado urbano, de nuevo en ruta y cada vez más rodeados de viñedos, tomamos rumbo al convento de Santa Catalina del Monte, en Cariñena, lugar que recibió a Juan Altamiras en sus últimos días de vida, sin que sepamos a ciencia cierta las razones de su retiro final en dicho convento tal y como recoge el libro de inventario y difuntos del colegio San Diego de Zaragoza. Fruto de la labor arqueológica que se acomete en ese lugar, a menudo surgen nuevas sorpresas entre sus vestigios, como el hallazgo de escudillas o fósiles. Nuestra guía nos explicó que el convento debía ser autosuficiente y prestaba varios servicios a la comunidad local: guardar las almas de sus feligreses, predicar la oración y la enseñanza. Por lo visto, según su relato, contaba con las instalaciones necesarias para asegurar su día a día: nevero para almacenar hielo, caballerizas y corrales, despensa, bodega y cocina.

¿Pero cómo era posible que hiciera un calor tan sofocante en estas fechas? Nuestro equipamiento motero no estaba preparado para seguir mucho tiempo entre las paredes de aquel cenobio desprovisto de techo. Así que, raudos y acalorados, retomamos la ruta para pasar de la teoría a la práctica: chuparnos los dedos con un menú temático Juan Altamiras, a escasos kilómetros de allí, en el restaurante La Rebotica. Antigua farmacia de pueblo, dirigida con esmero por la estupenda cocinera Clara Cros, donde nos relajamos y conversamos en torno a curiosidades atribuidas a los franciscanos, como aquella que sostiene que la venta de los hábitos de los frailes para el enterramiento de laicos generaba notables ingresos. Por cierto, algunas familias poderosas eligieron Santa Catalina para el descanso de sus restos mortales, dotándole de infraestructuras y suculentas rentas complicadas de justificar para una orden mendicante… que tuvo testaferros.

Tras la comida volvimos a hacer sonar el inconfundible motor bicilíndrico en línea de 776 cc de la V-Strom. Más allá del asfalto, hasta ahora habíamos avanzado por caminos y senderos de superficies diversas. Teníamos buenas vibraciones, la sensación que proporciona una potencia y par suficientes para afrontar cualquier tipo de terreno. Ante nosotros se perfilaba un paisaje interminable de viñas, algunas centenarias, que parecían narrar la enorme importancia de esta zona vitícola española, la devoción que el mismísimo Conde de Aranda y su amigo Voltaire sintió por sus caldos, los paradójicos beneficios que obtuvo a causa de la filoxera.

Mientras avanzábamos en dirección a Fuendetodos en nuestros retrovisores se desdibujaba Santa Catalina del Monte, se despedía, vibraba y se desvanecía. Nos encontrábamos a unas cuatro leguas de camino -unos cinco km- de nuestro próximo destino.  “¡Qué falta hace en estos tiempos miserables cocineros de conocida virtud, que a fuerza de milagros multipliquen los alimentos!”, resonaba en mi cabeza la frase de Juan Altamiras, mientras avanzábamos dirección Muel (itinerario alternativo a las ruinas del trágico testimonio de la Guerra Civil, el pueblo antiguo de Belchite), y apretábamos el acelerador en dirección a la casa natal del gran Francisco de Goya, que tanto conoció y plasmó los desastres de la guerra.

Una vez allí, en este precioso pueblo que en breve inaugurará una esperada vía verde Belchite-Fuendetodos, conocimos algo más sobre Altamiras y Goya. Artistas coetáneos, separados por muy escasos kilómetros -tan sólo 42- en sus lugares de nacimiento. Otra coincidencia: El Nuevo Arte se publicó en 1745 y un año después nació Francisco de Goya.

Fuendetodos atesora, además de la casa natal del pintor universal aragonés, varios neveros o pozos de hielo en perfecto estado. Los neverones, neveras o pozos de hielo son unas construcciones excavadas en la tierra y con cubierta en forma de cúpula cónica que servían para almacenar la nieve del invierno. En su interior, la nieve se prensaba en capas entre mantos de paja y cañizos en las paredes para facilitar su conservación y, así, poder disponer de hielo durante todo el año.

De ahí se extraía el hielo para diversos fines, entre ellos los medicinales, o en la conservación de alimentos, sin olvidar los apreciados granizados. Refrescos que Altamiras nombra como “Aguas”, ya sea de limón, canela y almendra. El recetario de Juan Altamiras contiene las primeras recetas de granizados que aparecen en un libro español.

Sin apenas darnos cuenta, con el crepúsculo y los ecos de la cocina franciscana dentro de nuestros cascos, regresamos al hotel Almenara Copau y, sin poder evitarlo, nos enfrascamos en conversaciones sobre la eficiencia de estas V-Strom, e imaginamos cómo hubiera sido un recorrido similar, a bordo de una berlina y descansando en fondas y paradas de postas, sorteando bandoleros, allá por la época de Juan Altamiras: El Siglo de las Luces.

NOTA: Gracias al trabajo conjunto y en equipo de Suzuki, Ruralka, Arturo Gastón Comunicación y del Proyecto Juan Altamiras podemos asegurar que ha sido un éxito rotundo, y no es de extrañar. Detrás de esta aventura inolvidable estamos un equipo multidisciplinar que ha trabajado duro para diseñar y organizar cada detalle. Dedicamos varios meses a planificar la ruta, seleccionando cuidadosamente los caminos y los lugares de interés. Se tuvieron en cuenta todos los aspectos, desde la seguridad de los participantes hasta la comodidad y el disfrute de la experiencia.