A las faldas de la Peña Montañesa, quieras o no, sobreviene la inspiración. Creatividad aragonesa burbujeante y sin corcho. En instantes así, si no tiene corcho, la creatividad fluye mejor. Un Alquézar Rosado del año, con su rosca, sin corcho y fresquito, burbujeando al ritmo de una selección del repertorio de Devendra Banhart. Así lo experimentamos nosotros, con el Monasterio de San Victorián a nuestra derecha, sentados a la mesa del Merendero El Plano, en la despoblada y fascinante localidad aragonesa de El Pueyo de Araguás.

Bueno, es la vida. Una mesa improvisada al aire libre, vestida de cuadros blancos y rojos, y sobre un prado verde e inmenso. Los manteles al aire libre siempre deberían ser de cuadros rojos y blancos. Si respetas esta máxima todo funciona, cuadros blancos y rojos.  Deberían ser una bandera, el icono internacional del picnic. Si estamos de acuerdo con este asunto todo funciona. Y late si prestas atención a las pequeñas cosas, a esas partículas o anécdotas casi insignificantes, a las que te rodean sin darte cuenta.

La Peña Montañesa pasa de un sol radiante a unas negras nubes que avanzan hacia nosotros. Y disfrutamos semejante espectáculo bebiendo el hermano mayor del 2014, el Alquézar de Bodega Pirineos (D. O. Somontano). Este vino fue el único aragonés que obtuvo una distinción en el Concurso Vino y Mujer.

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Mientras se cubre el cielo de la Peña Montañesa, como estamos en la antesala del Día de la Madre, os propongo este rosado con aguja de la tierra, un divertimento que le encantará a tu madre, y que te apropiarás como vino de cabecera del verano.

Recientemente compartí tertulia y comida con los responsables de la bodega. Se mostraban sorprendidos por la aceptación, por la popularidad y comercialización, que había alcanzado este vino con base de uva tempranillo, algo de cabernet sauvignon, y ese atractivo color que presagian las cerezas, violetas, y ritmos simpáticos que te incitan a seguir bebiendo.

Media hora después, se había desatado el vendaval. El Monasterio de San Vitorián, desaparecido en las tinieblas. Devendra Banhart todavía sonaba en nuestras cabezas llegando a una orilla del río Ara, a su paso por Margurgued, en la que solamente pudimos desplegar unas tristes mantas sin cuadros, alguna de promoción, pero teníamos el sonido del arrollo, la silueta de Boltaña, teníamos paraguas y tañían las campanas.