Comunicación hostelera en color sepia no pretende ser algo despectivo. Todo lo contrario, es un elogio a la prudencia y al buen gusto. Uno de los establecimientos clásicos de Zaragoza, el San Siro, acaba de ganar una partida al paso del tiempo. Comenzó hace poco más de un mes la adaptación que exigen los nuevos tiempos, las actuales tendencias del mercado y las apetencias de los relevos generacionales. El primer y superficial indicio de cambio es el icono de wifi para clientes que luce su entrada. Tranquilos, no hay motivo de alarma, el resto de la atmósfera y decoración es fruto de una reforma respetuosa que ha apostado por preservar la esencia del bar. Su actual propietario ha evitado caer en la tentación de los gastrobares impersonales, los sushi bares, o demás tendencias insípidas y modernísimas que proliferan por doquier.

El local de la calle Joaquín Costa 3 sigue fiel a sus orígenes, en el año 1969, cuando se lanzaron a la aventura los hermanos Bolado Villar. Más tarde llegarían a la propiedad Jesús Bernad, Antonio Valenciano y José Manuel Elías.

En estos momentos el testigo se encuentra en las manos de Víctor Lasheras. El apellido suena a Grupo La Bastilla, tiene pedigrí hostelero de alta calidad, pero este joven emprendedor subraya que se ha embarcado en un proyecto al que desea aportar su impronta personal. Sin alcanzar la treintena, con un sólido bagaje forjado en la Escuela de Hostelería de Teruel, sumado a su experiencia y formación profesional en González Byass, se muestra prudente y absolutamente respetuoso cuando menciona el legado que recibe del San Siro. Es consciente de la fidelidad de sus clientes, el savoir faire que disfrutaron varias generaciones de zaragozanos, y del punto de encuentro en el que se convirtió para numerosos personajes archiconocidos de la sociedad (Sara Montiel, Tony Leblanc o Pierce Brosnan, entre muchos otros).

Merece la pena pasarse por este clásico sutilmente renovado. Tanto en su privilegiada terraza en el centro de la ciudad, como en el interior que preside la extensa barra de toda la vida, podemos disfrutar de una carta de Ensaladas, Tostadas, Tapas, Raciones y Tapas completamente rediseñada por uno de los grandes chefs aragoneses, José Ignacio Acirón.

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Pedí pequeñas raciones para probar un poco de aquí y de allá. Acompañado por un veterano «fabricante» de la comunicación hostelera, Antonio Lasheras, me animó a recorrer la carta sin prejuicios. El Tataki de atún con alga wakame y salsa de soja era un anuncio de la acertada transformación de una cocina actual, creativa, deseosa de comunicar y agradar. Después llegaron los sabrosos Erizos en muselina al gratén, las Vieiras y borrajas en tempura, y unos Chipirones a la plancha con ajoaceite. El común denominador era la calidad del producto, su elaboración sin artificios, y una puesta en escena acorde al espacio en el que nos encontrábamos.

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Me quedo para el final las Albóndigas de Ternasco de Aragón al curry con salsa de Boletus, una excelente propuesta que llegará a ser un inamovible de la carta, y la Torrija de brioche con chocolate y helado de Nutella, sencillamente irresistible en cualquier momento del día.

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Un estupendo trabajo en cocina de Ruth Chichande y Alberto Sevilla.